Hablar de Tula es hablar de contrastes. Durante décadas, esta región fue motor energético e industrial para México, pero al mismo tiempo cargó con una de las huellas ambientales más severas del país. La concentración del 97% del dióxido de azufre estatal y más de 182 mil toneladas anuales de contaminantes marcaron a la cuenca del Valle del Mezquital como un territorio donde el desarrollo se construyó a costa de la salud de su gente y del deterioro de sus ecosistemas.
Esa historia, sin embargo, está empezando a cambiar. Bajo el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum y del gobernador Julio Menchaca, la Cuarta Transformación ha puesto en marcha un proceso de recuperación que no se limita a medidas paliativas, sino que plantea una transformación de fondo. Se trata de avanzar hacia un modelo donde la justicia ambiental sea la base del desarrollo social y económico.
Uno de los proyectos más significativos es la conversión de la Central Termoeléctrica “Francisco Pérez Ríos” de combustóleo a gas natural. El proceso avanza, aunque aún no concluye, y es fundamental verlo como un esfuerzo gradual y complejo. Cuando esté terminado, permitirá reducir en 99.98% las emisiones de dióxido de azufre, con beneficios directos en la salud pública: menos enfermedades respiratorias, menor incidencia de cáncer y mejores condiciones de vida para cientos de miles de familias en Tula, Atotonilco y Tepeji.
Esta visión se complementa con otros frentes estratégicos. La modernización de la coquizadora de Pemex, el saneamiento integral del río Tula mediante colectores, plantas de tratamiento y nueva infraestructura hidráulica, así como el rescate de la presa Endhó para frenar la proliferación del lirio acuático, forman parte de un mismo objetivo: recuperar de manera integral la cuenca del Valle del Mezquital.
Pero quizá la propuesta más innovadora es el Parque Ecológico y de Economía Circular, que marcará un antes y un después en la forma de gestionar los residuos en Hidalgo. La economía circular rompe con la lógica
tradicional de “usar y tirar” y plantea un ciclo donde los desechos se convierten en insumos para nuevas cadenas productivas.
En Tula esto significará, por ejemplo, que los plásticos recolectados de municipios hidalguenses no terminen en ríos o tiraderos a cielo abierto, sino que se transformen en fibras y textiles para la industria. Que los escombros de la construcción, en lugar de acumularse como desecho, se sometan a un proceso de tratamiento y vuelvan a utilizarse en nuevas viviendas, escuelas y caminos. Que los residuos orgánicos se conviertan en bioenergía y fertilizantes que nutran los suelos agrícolas de la región. Incluso materiales peligrosos podrán gestionarse de manera controlada y reintegrarse en procesos productivos seguros.
Este modelo no solo reducirá de manera drástica la presión ambiental sobre la cuenca, sino que también abrirá nuevas oportunidades de empleo verde, innovación tecnológica y atracción de inversión responsable. Significa construir un ecosistema industrial que aproveche lo que hoy se desperdicia, que fomente la creación de cadenas de valor y que transforme a Hidalgo en un referente nacional de producción sustentable. En pocas palabras, la basura dejará de ser un problema y se convertirá en motor de desarrollo.
No se trata de un proyecto aislado, sino de un engranaje dentro de una visión integral. Con aire más limpio gracias a la conversión de la termoeléctrica, con agua más pura gracias al saneamiento del río, y con un suelo mejor aprovechado gracias a la economía circular, la región puede dejar atrás décadas de sacrificio ambiental y convertirse en ejemplo de cómo el desarrollo económico y la protección de la naturaleza no solo pueden convivir, sino potenciarse mutuamente.
Es importante recordar que este proceso no empezó de cero. El presidente Andrés Manuel López Obrador sentó las bases con inversiones clave: más de 1,200 millones de pesos en obras de protección contra inundaciones, la modernización de la refinería para reducir la producción de combustóleo y la reducción del 80% en el uso de este combustible en la termoeléctrica. Hoy, bajo la conducción de Sheinbaum y Menchaca, la visión se fortalece y se convierte en política pública de largo plazo.
La transformación ambiental de Tula es, sobre todo, un proceso. No se resuelve en semanas ni en meses, sino en años de trabajo constante, coordinación entre niveles de gobierno y participación social. Pero lo importante es que la ruta está trazada y que los resultados, aunque graduales, serán irreversibles.
Lo que está en marcha en Tula no es solamente infraestructura: es justicia ambiental. Es reconocer que por años las comunidades más vulnerables cargaron con los costos del progreso sin disfrutar sus beneficios. Y es asumir que el aire limpio, el agua pura y un suelo sano no son lujos, sino derechos fundamentales. Con visión, planeación y voluntad política, Hidalgo se coloca a la vanguardia y convierte a Tula en ejemplo nacional de cómo la justicia ambiental puede convertirse en la base de un nuevo modelo de desarrollo.