Atrás quedaron las grandes teorías que tratan de explicar las diferencias en la prosperidad entre estados. La verdad es mucho más simple. Lo que realmente importa entorno hacia la prosperidad del estado, son las decisiones de las y los liderazgos y la estructura de las instituciones económicas y políticas.

La prosperidad de un estado está determinada por la habilidad, conocimiento y entendimiento de los líderes entorno hacia las necesidades de la ciudadanía. De la misma forma, es necesario que los estados tengan un panorama institucional económico próspero, en el cual los sistemas y regulaciones que dirigen el comportamiento económico vayan alineados al desarrollo.

Ese panorama incluye las leyes de propiedad, la solidez y calidad de los servicios públicos y el acceso al financiamiento.

Pero por encima de esto, está el bienestar del pueblo. Y para esto, las instituciones deben de servir para que las y los ciudadanos vivan mejor. La medición de la prosperidad no solamente es cuantitativa, sino también cualitativa; la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza deben de ser eje central de cualquier plan.

Debemos de establecer un nuevo régimen económico en el estado. Este régimen deberá de estar alineado a una nueva política económica en la que la base de la pirámide reciba más beneficios, porque se trata de los pobres y no puede haber trato igual entre desiguales. En el entendido de que la paz es el fruto de la justicia, el nuevo régimen económico deberá de velar por la justicia social. Esta solamente será posible si comenzamos a brindarle oportunidades a todas y todos, y ponemos “piso parejo” en el desarrollo de cualquier ciudadana o ciudadano.

Con el fortalecimiento de la capacidad de consumo de las clases bajas, los sectores de mayores ingresos obtienen beneficios perceptibles en la medida en que se fortalece y agranda el mercado. Esto se traduce en mayor gasto y en una mayor capacidad de recaudación del estado. Lo cual, a su vez, se traduce en mayor gasto público en obra pública, seguridad, educación y servicios públicos.

Atender a los más pobres no se da por caridad ni por compasión, se da por convicción, humanismo y porque creemos que, si destinamos recursos a los menos favorecidos, podremos lograr una más rápida reactivación económica.

Además, si atacamos de raíz la corrupción, la impunidad, el gasto superfluo y los excesos, podremos estar hablando de miles de millones de pesos que podrán ayudar a que esta redistribución, se alinee a una nueva forma de hacer las cosas. A una verdadera transformación de la vida pública y económica de nuestro estado.

Citando al líder de nuestro movimiento social Andrés Manuel López Obrador en su libro A la mitad del camino: “Lo nuestro no es gatopardismo, eso que consiste en que las cosas en apariencia cambian para seguir igual o peor. Nuestro quehacer político va al fondo”. Siguiendo las instrucciones de nuestro Gobernador, el Licenciado Julio Menchaca, “es tiempo de poner orden”, asumimos nuestra responsabilidad y sabemos que el orden empieza, desde la forma de pensar.

Por último, a todos mis paisanos, les quiero recordar algo, no somos iguales a los que se fueron. Lo nuestro es un nuevo régimen.

Un régimen que decidió que, en esta nueva era, primero el pueblo.

Miguel Ángel Tello Vargas

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